...es ese puercoespín lleno de púas y suaves pliegues. Carajo, estaba enamorado del DF. Otro amor imposible a la lista.Una ciudad para querer, para querer locamente. En arrebatos...
-Hector Belascoarán Shayne-

K y J

>> lunes, 21 de diciembre de 2009

Comían en aquel restaurant argentino, el que tenía en la fachada al personaje favorito de J. Ese que juntos habían descubierto tiempo atrás en una tarde lluviosa. Cuando el amor se escurría y se derramaba como las gotas que descendían de sus cuerpos. Cuando el amor se reflejaba en el brillo de los ojos hermosos cafés de K; en el semblante radiante de su rostro, en el calor eléctrico que recorría su espalda; en el constante murmullo que reclamaban sus pieles para tocarse una y otra y otra y mil veces. En las miradas lúcidas y platónicas de ambos. Cuando escuchaban violentamente los golpes del corazón como gritos del tiempo resurgiendo segundo a segundo. Cuando los labios de K y J se entrelazaban y, las horas eran suyas y, el tiempo se detenía. Y algo se contraía (o todo lo hacía, tripas, neuronas, músculos, seres), y cuesta respirar. Maldito amor. Se vive caminando sobre una cuerda angosta y rígida, al borde del abismo.

Aquella noche, las cosas eran distintas, poco quedaba de las sensaciones antes descritas. La intensidad se desvanece, la rutina desgasta, la costumbre es lamentable. El amor expira, caduca, desaparece o, se vuelve blando, débil, molesto, pesado.

Esperaban la comida. K, se entretenía con el celular, hacía figuras con los cubiertos, jalaba y acomodaba el mantel. J, por su parte, fijaba la vista en un punto inexacto, ahí donde comienza la nada.
Comieron sin decir una palabra. Eran un silencio aterrador, largo, eterno, sin fin. Un ambiente frío, desolador, distante, separaba a K y J en aquella mesa. Sus miradas apenas se cruzaron. Un paño cubría el brillo de sus ojos hermosos cafés de K, su rostro era inexpresivo, duro, ausente.

De pronto, J tuvo un sobresalto, un presentimiento, un “algo”. Había llegado el momento. Era la hora de poner fin a la relación. Abandonaría a H esa misma noche. No regresaría a la casa que juntos habían compartido meses, horas y minutos y segundos. Hacía tiempo que esa idea le martillaba la cabeza, ¿por qué esperar a que todo se queme lentamente? No demoraría más.

Comenzó a buscar las palabras precisas, las palabras correctas, palabras que no fueran a herirla. Pero en estos casos no hay palabras de esas, no existen. Estaba decidido. Armaba en silencio oraciones sencillas para expresarle que no se trataba de K, que necesitaba un tiempo para estar solo y, todas esas justificaciones que caracterizan a los cobardes. Por qué J lo era, era un cobarde, un tipo como cualquier otro, confuso, inestable, miedoso. Prefería abandonar la paz, la tranquilidad, la seguridad, el cariño y el amor de K, a cambio de incertidumbre, a cambio de nada. Huir finalmente.

Imaginaba la escena, K llorando desconsoladamente, J tratando de dar explicaciones más sutiles que aliviaran su dolor. Sintió un gran alivio imaginar lo contrario, K reaccionando de manera serena y tranquila, como si K también lo estuviera esperando.

J pidió la cuenta. El tiempo se agotaba, era el momento. Respiro hondo, busco la mirada de K, un ligero brillo volvió a resplandecer de los ojos hermosos y cafés de K. J mantuvo la mirada, los ojos de ambos de inundaron de lágrimas. K sonrió, se acercó a J, tomó una de sus manos y se acerco lentamente hasta unir sus labios con la mejilla sin afeitar de J. Fue un beso grande, besos que solo se dan cuando son los últimos. Cuando se separaron, K pronunció las primeras (y unicas) palabras de la noche: “Vámonos de aquí, llévame a donde quieras y hazme el amor despacio, toda la noche”. J envolvió los brazos sobre la cintura de K y, se fueron.

Epilogo:
El coche de J aparca fuera del departamento a espaldas de Parque Delta, son las diez de la noche. La vida vuelve al motor del Minicooper a las seis menos quince de la mañana, J lleva una maleta con un par de jeans, un par de camisas y el cuaderno de notas. Fuera de la maleta, en la mejilla, lleva una lagrima; en la garganta, un nudo; en el pecho, dolor; en los pies, pesadez y en la cabeza, la certeza de que no hay vuelta atrás.

En el porche del edificio se encuentra k de pie, con una bata sobre el cuerpo semidesnudo, húmeda, llena de aquella alquimia que sólo J y ella logran producir, con la misma lagrima de J pero en la mejilla contraria (uno es el complemento del otro hasta el final).

Ve el coche arrancar.
Ve el portón entrecerrarse.

Les duele.

Cierra completamente el portón de hierro y se desploma, llorando
Acelera, llega a algún sitio con transito pesado, estrella su frente contra el volante, llorando.
____________________________________________________________________________Chic@s, esto NO pasa en la realidad, buenas noches.

4 comentarios:

Anónimo 21 de diciembre de 2009, 18:18  

Uy! alguien anda dolido, verdad Iancito?

ahora que paso?

Arioria Yerathel Manakel 21 de diciembre de 2009, 20:51  

Ps solo puedo decir que ya saque mi blogger. Yeah ahi después lo checas vale. Apenas estoy empezando asi que deja que le ponga otras cositas ok. A por cierto ya no estes dolido jiji.

Anónimo 23 de diciembre de 2009, 13:08  

que te pasa ian porque el dolor tan guardado que te asa ian que paso? te quiero y siempre estare hay solo buscame besos tu teresa/ tessa..

Alen Jean Mystery 24 de diciembre de 2009, 0:37  

Siempre es difícil decir adiós, más cuando uno no quiere, cuando la piel y el corazón te atan...

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