Diecinueve
>> miércoles, 8 de junio de 2011
Soledad...Perra soledad
>> domingo, 22 de mayo de 2011
Daniela (Uno de tantos)
>> lunes, 11 de abril de 2011
Esta historia tiene a un personaje que ha rogado mil veces por ser de papel y tinta, y no vivir lo que escribo para ustedes esta noche. Esta historia satisfacerá a unos cuantos, molestará a otros tontos y será comprendida por unos pocos.
Mi historia nos retorna cinco años y unos meses en ésta vida. 2006, problemas, un acceso a educación media, una huida de la casa paternal, drogas, deudas, un amor pilar, asesinatos, huidas, una muerte que hirió. Una muerte que mató. Los cimientos de la vida hechos polvo en un fin de semana.
Él ya no quería nada, se sentía conforme con lo que había logrado en la vida. Por un par de problemas dejó de vivir con su familia y se fue con un amigo. Estudiaba y trabajaba. Vivía e estancado. Él jugaba, esperando a que de una vez por todas un disparo se decidiese a arrancarle la vida en un suspiro de pólvora, nicotina y plomo. Vivía sin un vivir real. Hasta una noche de octubre.
Entró al lugar como en tantas ocasiones, tomó el mismo lugar en una esquina de la planta superior donde no se escuchaba música, zona desierta la mayoría de las noches. Esta perteneció a la minoría. Esta noche marcaría un cambio, un golpe irreparable en la vida de nuestro muchacho. El procedimiento para seducir a una chica en un bar puede enlistarse: ver la zona, acercarte, hablar, reír, invitar tragos, decir estupideces elegantes e interesantes…una lista realmente larga. Pero por esta vez, las instrucciones quedaron liadas en una mente sofocada por ella. Tez clara, poco más de metro y medio, delgada, cabello negro enmarañado, nariz respingada, lentes de pasta, ojos cafés, labios rosas, nada de maquillaje. Quiza nada especial, a los ojos de muchos, una diosa griega para él. Se sentó frente a ella y la vio por lo que pudieron ser horas...unos minutos en la vida real. Ella se alejó naturalmente asustada. Él reparó en lo que hacía y ofreció disculpas, atropelló palabras, enrojeció y ella, aún cubierta por aquel libro, dejó salir un par de risas. Ambos rieron.
Se enteró, junto a un café, que ella vivía cerca, que no le gustaba salir, pero que ese día tenía que ver a su hermano mayor en aquel bar para que lo acompañara a visitar a una tía enferma, que sus papás estaban tramitando el divorcio, que no estudiaba, pero que leía bastante para no sentirse inculta, que no había tenido pareja en años, pues quitaban el tiempo y que se mantenía soltera, que ella cumplía años en abril, que le gustaban los tulipanes, que su hermano ya había tardado mucho. Que se sentía vacía. Los temas fluyeron, pero desafortunadamente el tiempo también lo hizo. El hermano de ella llegó llamándola por su nombre “¡Daniela!” lo que rompió la atmosfera de ese sentimiento inexplicable que se mantenía en el solitario piso. Antes de irse, deslizó una servilleta con unos números garabateados y un croquis. Él no cabía de gozo.
Salieron un par de veces en el transcurso de ese octubre. Salas de exposiciones, librerías, cafés, bares silenciosos, Reforma. Se besaron por primera vez un cinco de noviembre. De regresó a casa de ella, vio el libro que la cubría cuando se conocieron: Rayuela, de Julio Cortazar. Ella se lo dio a leer, y fue quien lo ayudo a crecer, a salir de ese estanque. Utopía. Era un sentimiento más grande que la felicidad, que no debe ser nombrado.
La relación avanzaba tan rápido como las exhalaciones del universo. Comenzaron a tener amigos en común, a comer y dormir en casa de ella cuando los padres no estaban, con el consentimiento del hermano. Vivir para ellos. Todo iba sobre ruedas, la pareja perfecta se vislumbraba a una edad lo suficientemente tierna como para vivir una perpetuidad más grande.
Él se cegó, él se mintió. Ella necesitaba un pilar, un árbol donde detenerse durante la tormenta que vivía. Él lo fue, y nunca se perdonará por ello.
Daniela, nombre maldecido, lo convenció de pasara la época decembrina con sus seres queridos, que olvidara los problemas y que abrazara a sus papás, a su hermana. Él alimentaba la idea de que ella era la elegida. Para su siguiente cumpleaños, ella le ofreció el mejor regalo que él ha recibido en toda la vida: su virginidad y la promesa de estar eternamente unidos. Pasaron los meses, los problemas de ella aumentaban pero siempre estaba él. El pobre tonto se volvió su roble y protector. Su guerrero de sangre. Él mismo no podía cuidar su vida y se comprometió a salvar la de ella.
Llegó Abril y con él el desequilibrio en la vida de ambos: los padres de la chica se divorciaron finalmente, un amigo del chico había matado a una persona y necesitaba toda la ayuda posible. El muchacho hizo demás, se dejó llevar y llenó de sangre sus manos. Ideó un plan, irse de la capital del país un tiempo en lo que las cosas se calmaban, o morir donde nadie lo conociera, no generar habladurías y perderse en una fosa común. No quería irse y lastimarla con ello, por lo que tomó la peor decisión en su vida: dejarla. Fue unos días después de su cumpleaños, inventó una mentira, ella lloró y agradeció. Lo despidió en la puerta, cuando él dio la vuelta, tuvo un presentimiento que no supo razonar. Groso error. Al siguiente día, él pisaba Guadalajara junto a su amigo. Pasaron quince días sin que él supiera algo. Y quizá habría preferido eso.
Cuando volvió y la buscó, quince días después, se dio de frente con una fría lápida de metal y ninguna cara amiga. Los amigos en común le daban la espalda, los padres de ella volvieron a unirse sólo para hacerlo sentir como una porquería mayor. Él único dispuesto a darle información fue el hermano de ella, a cabio de una rotura de nariz y vomito sanguinolento.
Daniela había tomado una sobredosis de tranquilizantes un día después de que él se fuera a Guadalajara, la intentaron ayudar, pero murió el domingo a las once de la noche y enterrada el lunes a medio día, el momento favorito de ella. Le había dejado una carta y una lista de canciones. Un amor eterno conservado por la muerte. Él quería matarse, quería reunirse con ella y enmendar su error. Una jeringa llena de heroína parecía ser el camino, hasta que una de las amigas que le había dado la espalda lo hizo reaccionar, le hizo abrir los ojos a la realidad de la dependencia de ella hacia él y los ataques que le habían costado la vida. Lo convenció de dejar los intentos de suicidio y comenzar a vivir sin ella. Pero el daño estaba hecho, y él aun en día los intenta curar, al parecer sin mucho éxito.
De esto hace ya varios años. Ya cambiaron la lápida, hay un tulipán muerto junto a ella; los padres de ella volvieron a unirse en lo que duró el velo, después volvieron a separarse y están en paz; el hermano ganó una beca en Canadá, y parece que no volverá; el amigo que vivía en Guadalajara murió hace un año debido a problemas relacionados con el narcotráfico; nuestro personaje volvió a casa de sus padres y estudia una carrera profesional ahora; no ha sabido nada de la mujer que fue su voz de la razón el tiempo en que duró la tempestad; nuestro antihéroe vive, pero a veces se tropieza y teme levantarse, tanto como teme el volver a abrir esa carta y la lista de canciones que conserva en el rincón más recóndito de su habitación.
Y no, esta historia no es una invención, yo lo ví todo desde mi azotea nocturna, mi vida anclada a la de él.
Anticuerpo.
>> domingo, 23 de enero de 2011
Procuro no participar en las conversaciones privadas que mantienen entre sí los doctores para los que trabajo, pero dada la estrechez del lugar tampoco puedo evitar escuchar lo que dicen.
La charla de ese día versaba sobre enfermedades, de virus y de fármacos raros. Dado su alto conocimiento técnico (Cinco doctorados, quince artículos publicados en revistas nacionales y uno en Science, en total) apenas conseguí entender palabras sueltas: plaquetas, hematíes, rinovirus, anticuerpos…
Anticuerpos…anticuerpos…‘curiosa palabra’, pensé. Anti, prefijo que significa “en lugar de”, o “contra de”, seguido del lexema “cuerpo”. Sumados, compondrían algo así como “en lugar del cuerpo”, o “contra el cuerpo” (no olvido las lecciones de Latín en CCH después de todo).
¿Contra el cuerpo? ¿qué puede haber contrario al cuerpo? Sé de gente acomplejada con su físico, que no le gusta, lo rechaza o lo hace mutar a base de dinero, bisturís y comidas reducidas. En tales casos, podría decirse que la mente estaría en contra del propio cuerpo. Que el anticuerpo sería, esencialmente, su cabeza.
Pero también, si a mí me dieran a elegir, “en lugar de” mi cuerpo prefiero su cuerpo. Disfruto más de su piel que de la mía. Sus curvas, sus poros, su vientre, sus pechos, su cuello… ¿Sería ella mi anticuerpo?
Nada más tomar un descanso del trabajo, le llame.
- Eres mí anticuerpo - le dije. Y colgué.
Minutos después recibí un mensaje de texto suyo:
“No he podido evitar encerrarme en un baño del colegio para tocarme tu anticuerpo mientras pienso en ti”.
Sonreí y volví al laboratorio, esperando escuchar otra palabra que me inspirará un nuevo sustantivo para dedicarle a ella.
Caminante
>> miércoles, 5 de enero de 2011
Gabardina negra, un sombrero de ala ancha y los zapatos del trabajo. Un paquete iniciado de cigarros, el encendedor y el cuchillo sujeto en el cinturón. Caminata nocturna.
La colonia sumida en silencio logra que te hundas más en la molestia, en la violencia y demencia...en la impotencia existencial. Lo único que acompaña tu andar es el eco lejano de tus pasos y alguna nota navideña de las luces con que adornan tu calle. Continúas, inicias el primer cigarro y calas hondo, lastimándote la garganta y esas viejas cicatrices. No importa, sigues, te consumes y caminas. El tiempo no importa, el tiempo no es algo que te interese ahora, son las tres y media de la mañana y sólo quieres dar salida a esas ansias. Miras tu sombra burlándose de ti, caricaturizando tu andar ondeando la gabardina que otrora perteneció a tu abuelo. Tu caminar sin sentido, el sombrero y el mango del cuchillo destacando de tu pantalón, te produce disgusto.
¿Dónde quedaste? ¿Dónde está el muchacho orgulloso e imponente? Oculto entre las sombras del pasado y la locura, encadenado cual Prometeo por dar la luz a un ser despreciable que se revuelca en oscuridad. Reptando por las calles vacías, buscando una víctima para saciar su arranque de furia y así poder descansar tranquilo esta noche.
No pasa más de veinte minutos cuando una silueta se descubre bajo un poste del lado izquierdo de la calle. Ha llegado un afortunado. Por impulso, abres la gabardina y acaricias el mango del arma. Él camina hacia ti cuando tu sombra lo alcanza, tiras el cigarro, sonríes, saca una pequeña navaja y se abalanza contra ti. Groso error. Tu arma sale del cinturón con un movimiento limpio y entra completa en el abdomen del asaltante. La mueca de dolor en su cara te divierte, giras el cuchillo para provocar un daño aún mayor. Se retuerce, deja caer su arma, sus piernas se colapsan y caé al suelo hecho un ovillo. Notas que toma aire para gritar, tu mano libre aprieta la faringe para impedirlo. Está aterrado. Te burlas en su cara mientras la desfiguras con los dedos. El cuchillo juega en el pavimento junto a su oído izquierdo. Un perro ladra, decides que es el momento final y golpeas la cara del sujeto. Se protege el rostro y entonces haces la jugada final: pasar el cuchillo por su cuello, de izquierda a derecha en un degüelle perfecto. Tres perros más se han unido al coro. Debes irte. Aprovechas un fallo en la calle que da una pequeña barranca para tirar el cuerpo.
Caminas de regreso, la paz invade tu cuerpo a pesar del cansancio. Tarareas las notas navideñas. Ahora tu sombra es benevolente contigo. Ha llegado un suplente en cuanto a grandeza en tu porte. Ve a casa, toma un baño para quitarte el sudor y la sangre, descansa.
Las costillas rotas de Adán
>> lunes, 3 de enero de 2011
Te escucho en silencio, cada palabra es un ariete en mi cabeza y cada sollozo son cientos de flechas dando contra mis sienes. Asesino mis cuerdas vocales por respeto a tu duelo antecediendo al mío (la calle no importa, la sangre tampoco, sólo estás tú, lo que me interesa eres tú). Te veo entre nuestras lagrimas y sólo alcanzo a escupir uno que otro “ajá, ajá” junto a borbotones de sangre. ¿Qué puedo decir ahora que parezca reconfortante?
Aquí, viendo la lluvia de estrellas sobre el callejón, no puedo engrapar las fisuras de tu pasado (ni del mío, ni del nuestro), pero sí tenderte un cachito del tiempo que me resta, el tiempo que duren las pulsaciones, o lo que tarden las sirenas en llegar, lo que pase primero pero que prolongue a su vez tus palabras.
Y siguiendo el hilo ahora comprendo por qué me lo estás contando precisamente a mí, un nuevo desconocido debido a los años apartados. Ahora sé que todo tu entorno está implicado, que todos forman parte del problema sin saberlo. Cometiste un error que no te perdonaría nadie de los que dicen quererte… Tal vez te pese más comenzar de cero y huir que afrontarlo o negarlo o esconderlo bajo siete llaves. Aunque ciertas cajas fuertes acaben por oxidarse por dentro y lo pudran todo.
El paso del tiempo cura heridas pero no regenera las mutilaciones del alma. La memoria no siempre actúa como la cola de una lagartija, sino como un miembro que se pierde y nunca crece.
No puedo decirte nada que te reconforte, pero si proponerte algo:
Usar una prótesis que compense el muñón de ese error. Aprende a vivir con tu cojera: hazla sexy. Empieza de cero si es lo que quieres, pero asegúrate de que tu nuevo entorno sepa que la nueva Eva no es la costilla de ningún Adán, sino la que mató a la serpiente de su pasado. Tampoco trates de evitar que esos lindos ojos rojos te delaten. Las lágrimas te sientan bien. Hacen juego con la sangre que baña el suelo y mi camisa (los peritos rodearán con gis las gotitas de lágrimas, como si fuesen pequeños cadáveres junto al mío).
Supongo, ahora que tengo el puzzle resuelto (o que creo tenerlo, realmente, pero dado el poco tiempo que tengo diré que está resuelto), que al haberme afectado cometiendo ese error creíste que disparándome, el error se limpiaría de tus antecedentes. Espero no ser ahora el parte aguas de un mal inicio. Corre, las luces titilan en la calle de junto y los policías comienzan a bajarse de las patrullas. Suerte. Adiós.