...es ese puercoespín lleno de púas y suaves pliegues. Carajo, estaba enamorado del DF. Otro amor imposible a la lista.Una ciudad para querer, para querer locamente. En arrebatos...
-Hector Belascoarán Shayne-

Daniela (Uno de tantos)

>> lunes, 11 de abril de 2011

Esta historia tiene a un personaje que ha rogado mil veces por ser de papel y tinta, y no vivir lo que escribo para ustedes esta noche. Esta historia satisfacerá a unos cuantos, molestará a otros tontos y será comprendida por unos pocos.

Mi historia nos retorna cinco años y unos meses en ésta vida. 2006, problemas, un acceso a educación media, una huida de la casa paternal, drogas, deudas, un amor pilar, asesinatos, huidas, una muerte que hirió. Una muerte que mató. Los cimientos de la vida hechos polvo en un fin de semana.

Él ya no quería nada, se sentía conforme con lo que había logrado en la vida. Por un par de problemas dejó de vivir con su familia y se fue con un amigo. Estudiaba y trabajaba. Vivía e estancado. Él jugaba, esperando a que de una vez por todas un disparo se decidiese a arrancarle la vida en un suspiro de pólvora, nicotina y plomo. Vivía sin un vivir real. Hasta una noche de octubre.

Entró al lugar como en tantas ocasiones, tomó el mismo lugar en una esquina de la planta superior donde no se escuchaba música, zona desierta la mayoría de las noches. Esta perteneció a la minoría. Esta noche marcaría un cambio, un golpe irreparable en la vida de nuestro muchacho. El procedimiento para seducir a una chica en un bar puede enlistarse: ver la zona, acercarte, hablar, reír, invitar tragos, decir estupideces elegantes e interesantes…una lista realmente larga. Pero por esta vez, las instrucciones quedaron liadas en una mente sofocada por ella. Tez clara, poco más de metro y medio, delgada, cabello negro enmarañado, nariz respingada, lentes de pasta, ojos cafés, labios rosas, nada de maquillaje. Quiza nada especial, a los ojos de muchos, una diosa griega para él. Se sentó frente a ella y la vio por lo que pudieron ser horas...unos minutos en la vida real. Ella se alejó naturalmente asustada. Él reparó en lo que hacía y ofreció disculpas, atropelló palabras, enrojeció y ella, aún cubierta por aquel libro, dejó salir un par de risas. Ambos rieron.

Se enteró, junto a un café, que ella vivía cerca, que no le gustaba salir, pero que ese día tenía que ver a su hermano mayor en aquel bar para que lo acompañara a visitar a una tía enferma, que sus papás estaban tramitando el divorcio, que no estudiaba, pero que leía bastante para no sentirse inculta, que no había tenido pareja en años, pues quitaban el tiempo y que se mantenía soltera, que ella cumplía años en abril, que le gustaban los tulipanes, que su hermano ya había tardado mucho. Que se sentía vacía. Los temas fluyeron, pero desafortunadamente el tiempo también lo hizo. El hermano de ella llegó llamándola por su nombre “¡Daniela!” lo que rompió la atmosfera de ese sentimiento inexplicable que se mantenía en el solitario piso. Antes de irse, deslizó una servilleta con unos números garabateados y un croquis. Él no cabía de gozo.

Salieron un par de veces en el transcurso de ese octubre. Salas de exposiciones, librerías, cafés, bares silenciosos, Reforma. Se besaron por primera vez un cinco de noviembre. De regresó a casa de ella, vio el libro que la cubría cuando se conocieron: Rayuela, de Julio Cortazar. Ella se lo dio a leer, y fue quien lo ayudo a crecer, a salir de ese estanque. Utopía. Era un sentimiento más grande que la felicidad, que no debe ser nombrado.

La relación avanzaba tan rápido como las exhalaciones del universo. Comenzaron a tener amigos en común, a comer y dormir en casa de ella cuando los padres no estaban, con el consentimiento del hermano. Vivir para ellos. Todo iba sobre ruedas, la pareja perfecta se vislumbraba a una edad lo suficientemente tierna como para vivir una perpetuidad más grande.

Él se cegó, él se mintió. Ella necesitaba un pilar, un árbol donde detenerse durante la tormenta que vivía. Él lo fue, y nunca se perdonará por ello.

Daniela, nombre maldecido, lo convenció de pasara la época decembrina con sus seres queridos, que olvidara los problemas y que abrazara a sus papás, a su hermana. Él alimentaba la idea de que ella era la elegida. Para su siguiente cumpleaños, ella le ofreció el mejor regalo que él ha recibido en toda la vida: su virginidad y la promesa de estar eternamente unidos. Pasaron los meses, los problemas de ella aumentaban pero siempre estaba él. El pobre tonto se volvió su roble y protector. Su guerrero de sangre. Él mismo no podía cuidar su vida y se comprometió a salvar la de ella.

Llegó Abril y con él el desequilibrio en la vida de ambos: los padres de la chica se divorciaron finalmente, un amigo del chico había matado a una persona y necesitaba toda la ayuda posible. El muchacho hizo demás, se dejó llevar y llenó de sangre sus manos. Ideó un plan, irse de la capital del país un tiempo en lo que las cosas se calmaban, o morir donde nadie lo conociera, no generar habladurías y perderse en una fosa común. No quería irse y lastimarla con ello, por lo que tomó la peor decisión en su vida: dejarla. Fue unos días después de su cumpleaños, inventó una mentira, ella lloró y agradeció. Lo despidió en la puerta, cuando él dio la vuelta, tuvo un presentimiento que no supo razonar. Groso error. Al siguiente día, él pisaba Guadalajara junto a su amigo. Pasaron quince días sin que él supiera algo. Y quizá habría preferido eso.

Cuando volvió y la buscó, quince días después, se dio de frente con una fría lápida de metal y ninguna cara amiga. Los amigos en común le daban la espalda, los padres de ella volvieron a unirse sólo para hacerlo sentir como una porquería mayor. Él único dispuesto a darle información fue el hermano de ella, a cabio de una rotura de nariz y vomito sanguinolento.

Daniela había tomado una sobredosis de tranquilizantes un día después de que él se fuera a Guadalajara, la intentaron ayudar, pero murió el domingo a las once de la noche y enterrada el lunes a medio día, el momento favorito de ella. Le había dejado una carta y una lista de canciones. Un amor eterno conservado por la muerte. Él quería matarse, quería reunirse con ella y enmendar su error. Una jeringa llena de heroína parecía ser el camino, hasta que una de las amigas que le había dado la espalda lo hizo reaccionar, le hizo abrir los ojos a la realidad de la dependencia de ella hacia él y los ataques que le habían costado la vida. Lo convenció de dejar los intentos de suicidio y comenzar a vivir sin ella. Pero el daño estaba hecho, y él aun en día los intenta curar, al parecer sin mucho éxito.

De esto hace ya varios años. Ya cambiaron la lápida, hay un tulipán muerto junto a ella; los padres de ella volvieron a unirse en lo que duró el velo, después volvieron a separarse y están en paz; el hermano ganó una beca en Canadá, y parece que no volverá; el amigo que vivía en Guadalajara murió hace un año debido a problemas relacionados con el narcotráfico; nuestro personaje volvió a casa de sus padres y estudia una carrera profesional ahora; no ha sabido nada de la mujer que fue su voz de la razón el tiempo en que duró la tempestad; nuestro antihéroe vive, pero a veces se tropieza y teme levantarse, tanto como teme el volver a abrir esa carta y la lista de canciones que conserva en el rincón más recóndito de su habitación.
Y no, esta historia no es una invención, yo lo ví todo desde mi azotea nocturna, mi vida anclada a la de él.

-Le Chat Noir-

PD: Anónimo, disculpa mi terrible ausencia, pero como bono, te regalo un poco de la vida del muchacho con quien comparto cuerpo. 

Read more...

Visitantes de otra jungla

Welcome To the Jungle

  © Blogger templates Romantico by Ourblogtemplates.com 2008

Back to TOP