...es ese puercoespín lleno de púas y suaves pliegues. Carajo, estaba enamorado del DF. Otro amor imposible a la lista.Una ciudad para querer, para querer locamente. En arrebatos...
-Hector Belascoarán Shayne-

Ese beso...

>> lunes, 15 de noviembre de 2010

Eliminados ya los momentos más propicios por cobarde (y pendejo), el adolescente al fin cerró los ojos, se armó de valor y besó a la adolescente por primera vez en el asiento longitudinal del metro. Giró la cabeza hacia ella y, al ver que ella no giraba la suya dobló su cuerpo hacia sus labios y la besó. Al primer contacto ella se mantuvo quieta, erguida (no lo esperaba o al menos no ahí, no en el túnel entre Zapata y Coyoacán), pero luego se dejó besar, abriendo un poco la boca, sólo un poco, a la espera tal vez de su lengua, la primera lengua ajena en contacto con la suya.

Rara sensación pero a su vez excitante, como toda novedad mitificada en los juegos de la escuela, en las películas, en la televisión o en las canciones. Así pues, en el instante del beso, ambos sabían lo que tenían que hacer aun sin haberlo hecho nunca: Pegar sus labios y dejarse llevar él por ella y ella por él. Tantear luego el terreno sacando tímidamente la lengua, como sin querer, buscar la opuesta al otro lado de la frontera de sus dientes y que las lenguas se rocen y se ablanden si están tensas y se muevan lentas; que nadie interpreta la urgencia en el otro.
Después es cierto que cuesta saber cuándo dejar de besarse. Ellos dos lo hicieron sin más, quedó algo frío: Separando él su boca de ella y apartando ambos, casi al instante, la mirada. Tampoco hablaron. No sabían qué decir.

Se detuvo el convoy al fin en Copilco, ella se bajó con un simple y tembloroso “adiós” y luego el pitido del metro anunció el cierre de puertas y el consiguiente avance.

Biopsiando a través de mi libro su cara de bobo, imaginando el monólogo de sus pensamientos (“¡Wuaa!¡ La besé, wey! Muy bien. Ya chingaste. ¿Muy brusco? Naa… Estuvo bien. Se notaba que ella también quería besarme. Y además, abrió la boca y movió la lengua, carnal. Ufff… cuando se lo cuente al José… ¡Chingón! mañana la beso otra vez. Después de clase, al despedirnos. O de camino, en el parque…¿Se dio cuenta el wey del libro? ¡A la chingada el wey del libro! Yo creo que no. Anda con la nariz metida en esa cosa y los audífonos puestos. Seguro que está en su pedo…” )

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