...es ese puercoespín lleno de púas y suaves pliegues. Carajo, estaba enamorado del DF. Otro amor imposible a la lista.Una ciudad para querer, para querer locamente. En arrebatos...
-Hector Belascoarán Shayne-

Dulzura

>> sábado, 15 de diciembre de 2012


No te convengo, dulzura.

El ser o no ser de Shakespeare puede tergiversarse a extremos infinitos. Puede pervertirse de tal manera que termina beneficiando a personas como yo. Y eso no le conviene a nadie.

Cuídate de mi y de lo que hago. Soy un vampiro de vida, succionaré tus mejores años, sueños y logros; dejaré tu dulce cuerpo lleno de sangre espesa y amarga que sólo transitará por venas y arterias sin darles vida. Te haré depender de lo que eres cuando estás conmigo. Lograré entrometerme en tus pensamientos sin que siquiera se entere alguno de los dos. Padecerás enfermedades psicosomáticas que sólo se curarán con el roce entre mi piel y tu piel. Sabré quién eres. Sabré tus gustos. Sabré tus miedos. Perdona, no lo hago con alguna malicia, es sólo mi naturaleza.

¿Recomendaciones? Usa, disfruta y tira.

Un simple trato, sin necesidad de firmas, pagares, lágrimas y resentimientos. No te enamores y no pasará nada. No te preocupes por mi, crear lazos y sentimientos así hacia las personas me sienta mal. Soy una persona demasiado apasionada y no he encontrado a quién me tolere…y eso duele. No, no te apures, llevo una vida así y quizá así muera.

Volvamos al trato, perdón. Me comprometo a entregarte mi ser para que juegues a que me quieres. Me he acostumbrado a amores desechables. Seré una esquina de la facultad, un rincón de CU, un vagón de metro, un cuarto de hotel. Sólo no seré lo que necesitas de una pareja.
Piénsalo. Y si te decides, ya sabes dónde encontrarme dulzura.

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Sueños.

>> martes, 24 de julio de 2012


Entró al café y me contó, mientras le servía un Americano frío, que había soñado con una calle en la ciudad. 
Un sueño casi real, una calle estrecha y larga, con vías, con casas altas y rojizas, todas con balcones y bares en los sótanos. Y que al final de la calle, cruzaba otra bastante más ancha y transitada, con una pequeña cafebrería, una entrada de metro, paradas de bicis y de autobuses. Ella me pidió ayudarla a buscar esa calle.
Con la descripción recordé una cafebrería cerrada a unas calles del lugar. Esperamos mi hora de salida y fuimos hacia allá. Mientras la lluvia caía, me contó por qué buscábamos esa calle. 
Durante días había soñado con un hombre. El mismo, siempre igual, siempre, todas las noches. Era un hombre pequeño y delgado, mayor, y que no podía reconocer. Y de repente, soñó con una calle. Vio sus pasos sobre las vías, mientras buscaba al hombre de aquellos sueños. Pensaba que si encontraba la calle encontraría a aquel personaje. 
Después de cruzar un par de calles y doblar algunas esquinas, apareció frente a nosotros un letrero roído: "Cafebrería Veritas". Inmediatamente vi que mi acompañante daba un ligero paso hacia atrás y abría los ojos de par en par. "Es esta". 
Entonces, desde el interior del lugar una bruma negra aparece. La chica atraviesa limpiamente un cuchillo dorado desde mi espalda a mi pecho. Una fuerza extraña golpea la puerta desde el interior y la desprende del marco. Algo avanza hacia mi, es un hombre. Un hombre mayor, pequeño y delgado. La puerta cae al suelo con el sonido de diamantes rebotando contra el suelo.
Plop, plop, plop.
El golpeteo me despierta. Mi gata ha tirado el jarrón con monedas de la mesa de noche. Soñé todo y me duele la cabeza, no recuerdo cosas. No tengo idea de qué pasó ayer.
Buscando la lampara, toco un cuerpo tibio entre las sábanas. enciendo la luz y ahí está ella, acostada junto a mi y desnuda. Ella, exactamente la chica de mi sueño, ahí, dormida y desnuda.
Recuerdo un bar disfrazado de cafetería. Caminé buscando un libro y terminé con una copa entre las manos. Platiqué con alguien y...¿qué tiene ella en la mano?


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Cojera

>> jueves, 5 de abril de 2012

“No mames wey, esa es mi exnovia. ¡Auch!”, soltó aquel compañero de clase con quién debía entregar un trabajo. Una vez repuesto de esas palabras, voltee a ver a la chica en cuestión. Ella caminaba frente a nosotros, sobre la calle de Filosofía y Letras. Iba sola pero contenta, sin preocupaciones, con un café del Starbucks en mano y los audífonos puestos, metida en su música, cantando y sonriendo a la vez. Su andar era tranquilo, sin rumbo fijo o quizá con un rumbo pero sin prisa, disfrutando paso a paso el sol de primavera, de los anónimos corriendo al rededor, del momento.
Mi compañero se detuvo petrificado de dolor. Ese dolor de una ruptura reciente, de seguro. Pero también por verla contenta y despreocupada, independiente. Cuando termina un amor de los que marcan, florece ese falso confort que vive en la idea de que la parte contraria cojea igual que cojean los recién mutilados (nosotros), y que va a cojear o arrastrarse por un buen rato. Entre más, mejor. Triste y desorientada por la falta repentina de su punto de apoyo. Nos tranquiliza saber que estará hecha mierda, sin levantar cabeza, llorando por las esquinas de nuestra ausencia, como ancladas en un pasado, obsesionadas por esa herida que escuece, víctimas de un súbito bloqueo. Y ese deseo es sin duda irracional, tampoco queremos que sufra porque seguimos amándola aunque ya no sea nada.
Y ahí, la razón de que ese “¡auch!”(signo inequivoco de dolor) escapara. Que no pudiera evitar decirle “¡auch!” al chico con el que debía redactar un trabajo de E. gibbiflora, a mí, sin conocerme.
“Supongo que duele”, pensé. Ella era guapa pero nunca más será ”su” guapa. Ni podrá volver a besar su cuello suave, ni contar los lunares que pueblan su piel blanca, ni a compartir la música que ella escucha (¿Serrat, Santana, The Who, Foster The People?), ni a beber de su mismo café.
-¿Qué café le gusta?-Pregunté, por decir algo.
-Expresso con leche, vainilla y caramelo- me dijo. Y rompió a llorar.
Caminó lentamente mientras  me decía que terminaríamos el trabajo por internet. Vi como caminaba hacia el metro cabizbajo, desorientado, mutilado. Poniéndose los audífonos para aparentar y pasando junto a ella, sin tocarla. A pesar de la vida que ella irradiaba, el andar del chico y la historia conocida, hacía que la estampa se tornara triste…patética, hasta cierto punto.
Caminé en dirección contraría, pasé Eje 10 y Avenida universidad dándole vueltas a su  historia. Hasta que en Quevedo, decidí  ir al Starbucks. Pedí un expresso con leche, vainilla y caramelo.
Una delicia, como ella.

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Soledad / Introspectiva

>> miércoles, 18 de enero de 2012

Levanto la mirada y miro en sus ojos la triste y agónica necesidad de sentirse acompañado. Les miro enganchados al celular, les veo mirando el reloj impacientemente, mirando inquietos el paso de las estaciones. Todos necesitan que exista alguien al otro lado del teléfono, o esperándolos en la salida del metro, o llenando cada hueco de su agenda para no estar nunca solos y poder evitar el silencio...o quizá el vacío. 
Se tapizan de planes, de eventos, de muros… y terminan exhaustos, rendidos, y duermen tranquilos por las noches (o por que se cansan o por las pastillas del buró). Entonces, a la mañana siguiente, amanecen temprano porque tienen mil cosas que hacer, una vida social frenética más allá del muro de facebook. Una vida calibrada milimétricamente para que cuadre el corte de cabello, el gimnasio, las clases de inglés, de yoga o de cocina, las compras, lavar el coche, hacer zapping en la TV, emborracharse, jugar el Gears of War, sacar al perro, sacar a la pareja, sacar a los hijos.
Y así día tras día, semana tras semana y un mes tras otro y año con año. Hasta que, por pura coincidencia, consiguen su objetivo: no se escuchan, descartar un contacto íntimo o introspectivo con ellos mismos. Cortan el cordón umbilical que dejaron a un lado los médicos en su nacimiento.
Tal vez les aterra el eco insoportable de su voz interior –a ti te estoy hablando a ti-, qué podría decir si la escucharan –que nunca sigues mis consejos- . Tal vez no quieren sorpresas por miedo al abismo –a ti te estoy hablado a ti-, al fracaso del YO, al indomable potencial que todos llevamos dentro -que vives dentro de mi pellejo-.
Imagina que un buen día amaneces pensando que el puto mundo es relativo, y de golpe, comienzas a cuestionar tus rutinas, tus costumbres, por qué haces lo que haces o si realmente te es placentero aquello. Imagina que ese nuevo relativismo te lleva a mandarlo todo a la mierda (sí, también los traumas), y empiezas de cero en otra parte, muy lejos de todo pero muy cerca de ti. Imagina que comienzas a conocerte, a aceptarte y a quererte tal y como eres. Imagina que ya no necesitas proyectarte en el amor de los demás porque ya eres capaz de producirlo por ti mismo. ¿Apoco no da miedo?

A ti que no te debo, más que empujón que anoche me llevó…

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Visitantes de otra jungla

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