...es ese puercoespín lleno de púas y suaves pliegues. Carajo, estaba enamorado del DF. Otro amor imposible a la lista.Una ciudad para querer, para querer locamente. En arrebatos...
-Hector Belascoarán Shayne-

Corvus corax (pequeño homenaje a E.A.P.)

>> lunes, 2 de noviembre de 2009

Lo encontró en una salida de campo a Hidalgo un 19 de enero del 2003. En la quinta y última caminata, logró ver dos cadáveres de cuervo común al pie de un árbol, muertos por heridas de bala. Los recogió y revisó. “¡Gente estúpida!”. Cuando estaba por irse escucho un leve graznido…ahí en lo alto, ahí en ese encino, un nido. Subió hasta la copa del árbol y lo encontró: un polluelo de apenas quince centímetros, con unas pocas plumas y los ojos cerrados. Alrededor, cascarones azulados y avecillas muertas de inanición. Regresó al campamento con el pequeño cuervo escondido en el pecho, a tiempo para alcanzar el primer autobús de la facultad. Emprendió el camino a casa junto a un pequeño polizonte.

-¿Cual será tu nombre?...¿Cómo querrás llamarte?...¡lo tengo! ¡Profeta!

Así comenzó la historia, así Profeta llegó a su nuevo hogar, así Edgar decidió especializarse en aves dentro de su carrera. Destinó una habitación como voladero, improntó al cuervo, lo entrenó para que volase cuando y como él quería, y por medio de una grabación le enseño a decir “Nunca más” como la historia de algún hombre que leyó en la secundaria. Cinco años más tarde se titulo como ornitólogo y el ave se convirtió en un ejemplar de exposición.

Una vida de cuento…popular, adinerado y docente dentro de la facultad, Edgar vivía en la opulencia y tranquilidad…o al menos eso aparentaba. La última visita al psiquiatra había arrojado resultados poco alentadores… principio de esquizofrenia y paranoia, cortesía de la genética de su madre. “No importa, no dejare que trunque mi vida”.

-Nunca más.
-¡Cállate Profeta!
-Nunca más.


Transcurrieron cinco meses, al principio todo era una imagen, una respuesta inexistente, una mirada sospechosa, después de más de unos doscientos días…las cosas se volvieron insufribles, palabras susurradas por el silencio, letras congruentes que atormentaban su cabeza y miradas muertas que en él se centraban. “Isabela…su corazón, su sangre”. El cabello faltante en su cabeza era debido a tantos ataques de locura de los que era frecuentemente víctima.

7 de octubre 2009 23:00 horas. Edgar llegó a casa abatido, cansado de las voces y las vistas, cansado de esta vida. El portazo grito “muere de una vez”; aquel gato negro, junto a aquel árbol, lo seguía con la vista, esperando el momento para saltar sobre él.

-Nunca más.- Gritó profeta desde su cuarto en el extremo anterior de la casa.
-¡Calla!- Respondió Edgar arrancándose de un tirón algo del cabello que aun tenia.
-Nunca más.-el mismo graznido rompió la voz del ornitólogo.
-¡Ya!
-Por tu culpa.
-¿Qué?
-Por tu culpa.
-No fue mi culpa, nunca ha sido mi culpa. No debí…no quería.
-Tu mataste a Isabela.

Como un flash llego a su cabeza aquel día. El coñac había sido el anfitrión de la noche e Isabela había aceptado la invitación de terminan la velada en casa de Edgar. Antes de cerrar la puerta, la mitad de sus prendas colgaban de su piel trémula, y en medio de la sala cayeron las últimas piezas de ropa y sus cuerpos se acoplaron. Al principio con la torpeza de la cual dota el alcohol, después, la pasión fue tomándolos como rehenes, hasta que la secuestradora provoco la muerte de uno.

Besos, mordidas, abrazos y rasguños…todos tan deliciosamente placenteros, todos tan deliciosamente mortales. Edgar estaba sobre ella y excitado cuando llegaron dos cosas: su orgasmo y la muerte de Isabela. Eyaculo dentro de ella, a la par que sus colmillos se encajaban en su yugular. La sangre comenzó a fluir, ella estaba en una especie de trance y el, excitado y extasiado por el momento, comenzó a beber el liquido carmesí, hasta que dejo de sentir el pulso de la chica, y de escuchar su corazón.

Se incorporo y buscó vestigios vida en sus ojos…nada, ni en sus ojos, ni en sus muñecas, ni en su pecho. La había matado, la había desangrado y bebido su sangre. ¿Qué hacer ahora? Volteo hacia su derecha y sintió los ojos de Profeta escudriñando su interior, desvió la vista y recogió el cadáver del suelo. “El voladero de profeta siempre huele a carne podrida debido a su comida, no es un mal escondite”. Destazó el cuerpo, separó la carne de los huesos y quemó en ácido clorhídrico partes del esqueleto. La ropa y objetos personales terminaron en el incinerador. Dejó la carne como comida al cuervo… este nunca la toco.

Antes solo en sueños y recuerdos, ahora minuto a minuto, dentro de su cabeza, en los ojos del vagonero del metro, en la ventana del apartamento. Ahí estaba Isabela.

-No.
-Por tu culpa.

-¡Calla ahora!- Abrió un cajón y tomo el Smith & Wesson (regalo número dieciocho de su abuelo) y corrió hacia el ave.- ¡Calla de una puta vez!
-Nunca más. Es tu culpa. Tú la mataste cobarde.

Accionó el gatillo cinco veces sin éxito.

-¿Que quieres?
No obtuvo respuesta, el cuervo solo lo observo con esos ojos tan negros como su plumaje.
- ¿Que acepte que la maté?
Un silencio siguió a su respuesta.
-¿La volveré a ver?
-Nunca más.- grazno el ave extendiendo las alas.
-¿Me perdonara?
-Nunca más.
-¿Merezco morir?

Un nuevo silencio, seguido esta vez por un grito de desesperación de Edgar, después, llanto.
-No quería hacerlo, lo juro, estaba tan descontrolado, tan ebrio, tan excitado…- Hablaba con la mirada perdida en la sala, el cuervo permanecía en una percha sobre él. La mano donde sostenía el arma se fue elevando hasta que el punto de mira se perdió en su cabello y el cañón acariciaba su sien.- Apenas la conocía y la mate…apenas la conocía y la amaba.
-¡Hazlo! – escucho Edgar desde el pico del ave, y en seguida: un estallido carmesí, sangre salpicada en las percheras, en el marco de la puerta y extendida hasta la sala de satín blanco.

8 de octubre 2009, pasada la media noche.
Algún vecino que escuchó los gritos y las seis detonaciones decidió llamar al número de seguridad pública, en unos cuantos minutos la cuadra estaba rodeada por patrullas y hombres a pie. Al entrar el olor a descomposición provoco el vomito de dos agentes y el asco general. En una habitación comunicada a la sala encontraron un par de cadáveres: el primero, de un famoso biólogo de treintaypocos años, suicido con arma de fuego; el segundo, de un cuervo que, según pruebas realizadas más tarde, murió de inanición hace aproximadamente un mes.

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