...es ese puercoespín lleno de púas y suaves pliegues. Carajo, estaba enamorado del DF. Otro amor imposible a la lista.Una ciudad para querer, para querer locamente. En arrebatos...
-Hector Belascoarán Shayne-

Anticuerpo.

>> domingo, 23 de enero de 2011

Procuro no participar en las conversaciones privadas que mantienen entre sí los doctores para los que trabajo, pero dada la estrechez del lugar tampoco puedo evitar escuchar lo que dicen.
La charla de ese día versaba sobre enfermedades, de virus y de fármacos raros. Dado su alto conocimiento técnico (Cinco doctorados, quince artículos publicados en revistas nacionales y uno en Science, en total) apenas conseguí entender palabras sueltas: plaquetas, hematíes, rinovirus, anticuerpos…

Anticuerpos…anticuerpos…‘curiosa palabra’, pensé. Anti, prefijo que significa “en lugar de”, o “contra de”, seguido del lexema “cuerpo”. Sumados, compondrían algo así como “en lugar del cuerpo”, o “contra el cuerpo” (no olvido las lecciones de Latín en CCH después de todo).

¿Contra el cuerpo? ¿qué puede haber contrario al cuerpo? Sé de gente acomplejada con su físico, que no le gusta, lo rechaza o lo hace mutar a base de dinero, bisturís y comidas reducidas. En tales casos, podría decirse que la mente estaría en contra del propio cuerpo. Que el anticuerpo sería, esencialmente, su cabeza.

Pero también, si a mí me dieran a elegir, “en lugar de” mi cuerpo prefiero su cuerpo. Disfruto más de su piel que de la mía. Sus curvas, sus poros, su vientre, sus pechos, su cuello… ¿Sería ella mi anticuerpo?

Nada más tomar un descanso del trabajo, le llame.

- Eres mí anticuerpo - le dije. Y colgué.

Minutos después recibí un mensaje de texto suyo:
“No he podido evitar encerrarme en un baño del colegio para tocarme tu anticuerpo mientras pienso en ti”.

Sonreí y volví al laboratorio, esperando escuchar otra palabra que me inspirará un nuevo sustantivo para dedicarle a ella.

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Caminante

>> miércoles, 5 de enero de 2011

Gabardina negra, un sombrero de ala ancha y los zapatos del trabajo. Un paquete iniciado de cigarros, el encendedor y el cuchillo sujeto en el cinturón. Caminata nocturna.

La colonia sumida en silencio logra que te hundas más en la molestia, en la violencia y demencia...en la impotencia existencial. Lo único que acompaña tu andar es el eco lejano de tus pasos y alguna nota navideña de las luces con que adornan tu calle. Continúas, inicias el primer cigarro y calas hondo, lastimándote la garganta y esas viejas cicatrices. No importa, sigues, te consumes y caminas. El tiempo no importa, el tiempo no es algo que te interese ahora, son las tres y media de la mañana y sólo quieres dar salida a esas ansias. Miras tu sombra burlándose de ti, caricaturizando tu andar ondeando la gabardina que otrora perteneció a tu abuelo. Tu caminar sin sentido, el sombrero y el mango del cuchillo destacando de tu pantalón, te produce disgusto.

¿Dónde quedaste? ¿Dónde está el muchacho orgulloso e imponente? Oculto entre las sombras del pasado y la locura, encadenado cual Prometeo por dar la luz a un ser despreciable que se revuelca en oscuridad. Reptando por las calles vacías, buscando una víctima para saciar su arranque de furia y así poder descansar tranquilo esta noche.

No pasa más de veinte minutos cuando una silueta se descubre bajo un poste del lado izquierdo de la calle. Ha llegado un afortunado. Por impulso, abres la gabardina y acaricias el mango del arma. Él camina hacia ti cuando tu sombra lo alcanza, tiras el cigarro, sonríes, saca una pequeña navaja y se abalanza contra ti. Groso error. Tu arma sale del cinturón con un movimiento limpio y entra completa en el abdomen del asaltante. La mueca de dolor en su cara te divierte, giras el cuchillo para provocar un daño aún mayor. Se retuerce, deja caer su arma, sus piernas se colapsan y caé al suelo hecho un ovillo. Notas que toma aire para gritar, tu mano libre aprieta la faringe para impedirlo. Está aterrado. Te burlas en su cara mientras la desfiguras con los dedos. El cuchillo juega en el pavimento junto a su oído izquierdo. Un perro ladra, decides que es el momento final y golpeas la cara del sujeto. Se protege el rostro y entonces haces la jugada final: pasar el cuchillo por su cuello, de izquierda a derecha en un degüelle perfecto. Tres perros más se han unido al coro. Debes irte. Aprovechas un fallo en la calle que da una pequeña barranca para tirar el cuerpo.

Caminas de regreso, la paz invade tu cuerpo a pesar del cansancio. Tarareas las notas navideñas. Ahora tu sombra es benevolente contigo. Ha llegado un suplente en cuanto a grandeza en tu porte. Ve a casa, toma un baño para quitarte el sudor y la sangre, descansa.

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Las costillas rotas de Adán

>> lunes, 3 de enero de 2011

Te escucho en silencio, cada palabra es un ariete en mi cabeza y cada sollozo son cientos de flechas dando contra mis sienes. Asesino mis cuerdas vocales por respeto a tu duelo antecediendo al mío (la calle no importa, la sangre tampoco, sólo estás tú, lo que me interesa eres tú). Te veo entre nuestras lagrimas y sólo alcanzo a escupir uno que otro “ajá, ajá” junto a borbotones de sangre. ¿Qué puedo decir ahora que parezca reconfortante?

Aquí, viendo la lluvia de estrellas sobre el callejón, no puedo engrapar las fisuras de tu pasado (ni del mío, ni del nuestro), pero sí tenderte un cachito del tiempo que me resta, el tiempo que duren las pulsaciones, o lo que tarden las sirenas en llegar, lo que pase primero pero que prolongue a su vez tus palabras.

Y siguiendo el hilo ahora comprendo por qué me lo estás contando precisamente a mí, un nuevo desconocido debido a los años apartados. Ahora sé que todo tu entorno está implicado, que todos forman parte del problema sin saberlo. Cometiste un error que no te perdonaría nadie de los que dicen quererte… Tal vez te pese más comenzar de cero y huir que afrontarlo o negarlo o esconderlo bajo siete llaves. Aunque ciertas cajas fuertes acaben por oxidarse por dentro y lo pudran todo.

El paso del tiempo cura heridas pero no regenera las mutilaciones del alma. La memoria no siempre actúa como la cola de una lagartija, sino como un miembro que se pierde y nunca crece.

No puedo decirte nada que te reconforte, pero si proponerte algo:

Usar una prótesis que compense el muñón de ese error. Aprende a vivir con tu cojera: hazla sexy. Empieza de cero si es lo que quieres, pero asegúrate de que tu nuevo entorno sepa que la nueva Eva no es la costilla de ningún Adán, sino la que mató a la serpiente de su pasado. Tampoco trates de evitar que esos lindos ojos rojos te delaten. Las lágrimas te sientan bien. Hacen juego con la sangre que baña el suelo y mi camisa (los peritos rodearán con gis las gotitas de lágrimas, como si fuesen pequeños cadáveres junto al mío).

Supongo, ahora que tengo el puzzle resuelto (o que creo tenerlo, realmente, pero dado el poco tiempo que tengo diré que está resuelto), que al haberme afectado cometiendo ese error creíste que disparándome, el error se limpiaría de tus antecedentes. Espero no ser ahora el parte aguas de un mal inicio. Corre, las luces titilan en la calle de junto y los policías comienzan a bajarse de las patrullas. Suerte. Adiós.

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Visitantes de otra jungla

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